IMPRESIONES DE UNA TORTOGA

TODOS VIVIMOS BAJO EL MISMO CIELO, PERO NO TODOS , TENEMOS EL MISMO HORIZONTE

viernes, 18 de marzo de 2011

AMÁNDOTE HASTA EL CIELO


Apareció en la madrugada la hora del frío, hasta élla llegó el olor de lavanda mezclado con la sangre y no pudo resistir su llamada por más tiempo.
Hacía muchos años que se había ído, pero élla debía terminar lo que a él, la vida le negó aquél frío día de enero cuando su coche se metió debajo de un camión y se fué junto con su madre. élla quedó para cuidar de sus hijos y vivir si él una vida que le regaló el destino aquella tarde de Reyes.
Su madre no miró hacia atrás antes de entregarse a la luz cegadora que irradiaba una paz y una seguridad inusitada, desconocida para los mortales. Él, sí se volvió a mirar el rostro entre dormido y muerto de élla, se resistió a seguir, pero su madre, lo cogió de la mano y se lo llevó para vivir juntos la eternidad de los muertos.
Nunca más se pintó los labios carnosos y jóvenes del color de la amapola, que a él tanto lo excitaba, ní se puso aquellas blusas de escotes amplios por donde se apreciaban sus pechos generosos y el canalillo le producía escalofrios de fiebre.
Perdió el deseo y la sensualidad para siempre.
El sentido del humor le volvió después de digerir la tragedia.
Cada día había que recordarlo y contar sus anédotas, nadie quería olvidarlo y nadie lo olvidó.
Sus hijos lo conocieron, porque élla se encargó de describirlo una y otra vez hasta grabarles en la memoria y en la piel, cada gesto, cada virtud y cada defecto suyo.
Pero, aquella madrugada cuando empezaba el frío, se vistió de gala y fué al encuentro de su amado, en su cara se quedó, para vivir el infinito, una sonrisa indeleble, sus labios se pintaron de amapolas, sus ojos se volvieron dos gemas encendidas y su pelo, olvidó el blanco de los años y se tiñó de negro azabache, se enredó sobre sus hombros con las margaritas y los geranios que le brotaron.
Se adivinaron sus pechos generosos rebosantes de leche y de vida y en la profundidad del canalillo quedaban, para siempre, guardados los recuerdos de un deseo innecesario para vivir la eternidad.
Él, la esperaba vestido de domingo, de sus pantalones brotaban madreselvas y lo envolvía un olor a Paraiso concentrado y dulzón. Se cogieron de la mano y se miraron, atravesando con sus miradas los cuerpo inexistentes de los espíritus, sus almas se unieron para vivir los siglos que quedaran por venir y se fueron, cogidos de la mano, por aquél prado de espigas y amapolas con destino al Edén de sus sueños, atravesando el puente de luz que los conduciría hacia la Eternidad.
El Universo entero les pertenecía ya.
Había terminado la espera.
Él, lucía en su pecho una rústica placa de Sheriff, que sus amigos le hicieron en el taller, por diversión, por su afición a leer novelas del Oeste.
Siempre os hecharé de menos a los dos, pero desde que te dí el último beso en tu frente fría supe que eras feliz y desde entonces...a veces... os veo como dos adolescentes jugando por el Paraiso.